Reto 3

3. Tu protagonista se mira en el espejo y ve algo que no debería estar ahí.

Ariel se estaba aprontando para ir a desayunar. Antes de salir por la puerta decidió mirarse al espejo. Lo que vio a continuación lo dejó perplejo, sorprendido. ¡Tenía tres ojos! . No entendía como eso había sucedido, que le estaba pasando a su cuerpo. Se miró completamente, y todo el resto parecía normal. ¿Cómo iba a salir a la calle?, la gente lo iba a a  ver como un monstruo, un fenómeno. Se le fue el hambre. No quería salir. El ojo no estaba a la altura de los otros, en realidad se encontraba en la frente. Podía disimularlo con el pelo, tapándose con el cerquillo. Lo intentó, pero se veía igual. Probó con un gorro y se miró de nuevo al espejo: perfecto, casi ni se notaba. Trataría de no tener contacto con muchas personas hasta encontrar una solución, un médico, una operación y que se lo saquen de ahí.

Ya en la calle, veía los colores mas brillantes en algunas veredas, mas grises en otras. Las tonalidades cambiaban según las personas que transitaban. Se sentía mas alerta, mas consciente de los colores de las cosas, de las caras de las personas, de los perros callejeros que siempre ignoraba.

En la puerta estaba sentada una señora, que siempre dormía ahí, entre cartones y una frazada rota. También era costumbre que la pasara por alto, que ignorara aquello que pensara «no puedo cambiar», pero esta vez la miró, y un sentimiento de culpa y tristeza le invadió todo el cuerpo. La señora nunca le pedía nada, y él ni siquiera le dirigía una mirada, solo pretendía que no estaba allí. Esta vez la observó sin que se diera cuenta, al principio con desconfianza, y luego reconociendo su cuerpo: por sus manos arrugadas y su pelo canoso, debería tener unos sesenta años. «Buenos días» le dijo. Al levantar la cara reconoció en sus ojos la mirada similar a su abuela por parte de padre, con quien casi no tenía contacto. «Pero que terrible sería si se quedara en la calle» pensó. «¿Esta señora tendrá familia?». No podía quedarse mirándola por un rato, la iba a incomodar. Se asombró de si mismo por no haberse preguntado nunca antes estas cosas. Sería que no quería pensar, se sentía impotente.

Entró al bar que frecuentaba casi siempre. Lo atendió una chica joven, casi niña que le llamó la atención, también por el acento, no era uruguaya. Pidió un cortado y unas tostadas, intentando descifrar de donde vendría. ¿Vendrá a buscar trabajo a Uruguay?, ¿tendrá papeles?, ¿tendrá familia?. Casi siempre habían nuevas camareras en aquel bar, pero hasta ese momento no se había puesto a pensar mientras esperaba su desayuno, la situación de las personas extranjeras. «Encima hay gente que dice que nos quieren sacar el trabajo». De nuevo se sorprendió. No era habitual que se fijara en este tipo de situaciones. «Las tendré naturalizadas, son como costumbres, no se porque hoy me fijo en todo esto». Sintió como el gerente le gritaba adelante de las personas a la muchacha, la que lo había atendido. «Que animal» pensó. Le iba a dejar mas propina, aunque fuera poco, no quería que pareciera un gesto de caridad pero «algo es algo» pensó.

En eso ve en la puerta del bar a su vecina. Bueno, la señora de sesenta años que vivía en la vereda la mayoría de los días. En un impulso se levantó, y la invitó a tomar un café «está frío, y un poco lluvioso, somos como vecinos, acepteme el desayuno». La señora no se negó. Se sentó con él en la mesa, mientras se acercaba la camarera con su cortado y tostadas y le indicó «son para ella». Le preguntó como se llamaba, si tenía familia en Montevideo, hijos, nietos. Le hizo como cuatro o cinco preguntas seguidas mientras la señora estaba concentrada en el cortado y las tostadas. Las respuestas fueron breves. Pero conversaron un rato sobre el barrio.

Cuando la señora se fue, observó como lo miraban el resto de los clientes del bar, hasta los empleados, ni que hablar el gerente. Todos los ojos puestos en él. Algunos cuchicheaban por lo bajo. Parecían sorprendidos. Se acordó de su ojo. ¡Debe ser eso! «capaz algunos se dieron cuenta y me ven como una bestia». «Y si» pensó. Se le acercó el gerente y Ariel sospechó que lo quería mirar mas de cerca, como bicho raro. En seguida, antes de que emitiera palabra alguna le dijo: «si, quizá resulte un poco extraño, fuera de lo común, pero hay que tomarlo con normalidad». El gerente lo miró, con una mirada poco empática y le dijo «ahuyenta a los clientes, la gente no está acostumbrada a este tipo de gente en un bar, los incomoda». Trató de explicarle que él tampoco entendía mucho, que se había despertado y tenía un ojo de mas. Pero el gerente desconcertado le dijo que no sabía si lo estaba tomando del pelo, pero que él hablaba sobre «la mujer de la calle que usted le pagó la comida y que no podía aceptarla adentro, ni afuera pidiendo monedas, que los clientes no quieren venir mas si ven a este tipo de gente». Ariel se puso furioso. Le dijo que encima que le gritaba a las empleadas, no tenía el derecho de referirse a las personas como «ese tipo de gente», que el café era un asco y que no pensaba venir mas.

No sabía si era casualidad, pero con el ojo veía otro tipo de situaciones, de las que él siempre ignoraba, por una razón u otra, que probablemente eran excusas. Pensó en no ir al médico por un tiempo, descubrir si el ojo lo hacía tener mas empatía, o que pasaba. Se sentía un poco raro.

De pronto, se despertó. Todo era un sueño. Pero recordó, a la vecina viviendo en la calle, que siempre ignoraba, a la camarera extranjera a la que nunca le dejaba propina porque según él mismo «les saca el trabajo a los uruguayos», al gerente que le gritaba a la chica y él no hacía nada. Y pensó «que infeliz necesitar un ojo extra». Y decidió usar sus dos ojos, abrirlos mas, estar alerta. Y pensó que en realidad no era tarde para hacer un cambio.

 

 

 

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Reto 2

  1. Escribe una historia sin un solo adverbio -mente.

De tardecita, después de una breve siesta, se despertó. La gata estaba a los pies de la cama, sin ánimos aparentes de levantarse. Pero Julia sabía que las nueve se acercaban, eran casi las siete de la tarde. Se destapó, y pegó un salto hacia la puerta. Fue hasta la cocina, abrió la heladera y tomó agua. Volvió al cuarto, abrió el placard, y pensó por unos segundos que ropa sería la adecuada. Buscó entre los vestidos colgados, y sacó dos: uno rojo, y otro estampado con flores. Eligió el rojo, que no se lo había puesto nunca. Pensó que era una buena ocasión, que lo ameritaba.

Se bañó, con tiempo, disfrutó la ducha mientras escuchaba música que Olivia le había recomendado, que duraba como cuarenta minutos. Lo terminó mientras se ponía crema en las piernas, se probaba el vestido frente a un espejo de cuerpo completo, y buscaba zapatos que fueran lindos y no incómodos. Maquillaje no usaba, y el pelo lo iba a tener suelto.

Ya casi lista miró la hora: diez minutos para las ocho. Otro vaso de agua. Alimentar a la gata. Regar esta planta, y esta otra. Estaba haciendo tiempo, los nervios se sentían un poco. Puso música para ambientar el lugar y para tranquilizarse un poco. Bajó las luces, puso unas un poco mas tenues. Flores no, porque a ninguna de las dos les gustaba.

Miró de nuevo el reloj, y solo eran las ocho. Una hora mas para que Olivia llegara. Una hora no era tanto. Una hora justa, porque siempre era puntual. Seguramente cinco minutos antes ya estaba en la puerta, esperando para tocar timbre. Se imaginó la situación, las dos esperando atrás de una puerta que sean las nueve, ni un minuto mas ni un minuto menos. Las dos eran muy puntales.

Fue al baño. Jabón de manos. Toalla. Papel higiénico. El piso seco. Creía que nada faltaba por si Olivia entraba. Si se quedaba mucho rato iba a ir en algún momento. Tal vez su plan no era estar mucho. Ojalá que si, la extrañaba. No se lo pensaba decir. Le daba miedo que a Olivia no le pasara lo mismo. Que se lo dijera por compromiso.

Volvió al living, se sentó en el sillón con la gata, y esperó que pasaran los minutos. Trató de no pensar mucho en el encuentro. Se sentó en el piso. La gata se fue, aburrida de que su dueña estuviera tan inquieta. Y siguió esperando que pasara el tiempo, que parecía que no avanzaba mas.

Las nueve menos cinco. Un mensaje de texto de Olivia que decía que estaba a dos cuadras. Se levantó, dio una vuelta por la casa. Abrió las cortinas de la ventana, se veía la luna llena. Tocaron la puerta, aunque esperaba el sonido del timbre. Y la abrió. Contempló la sonrisa que estaba esperando hacía horas, por unos segundos, radiante, que le estiraba la mano y le decía sin palabras, lo mucho que la había extrañado.

Reto 1

 

  1. Escribe un relato sobre los propósitos de año nuevo de tu personaje.

Se despertó a una hora poco usual. Las siete y treinta y cinco de la mañana. Miró su celular. Una llamada perdida de su ex esposa. Lo apagó. Salió de su habitación de hotel, después de lavarse la cara, los dientes y haberse vestido con un pantalón que le había regalado Laura unas semanas antes de dejarlo por otro. Por un tipo del trabajo, además. Se puso también una remera que habían comprado en un viaje a Brasil, también con Laura. Toda su vida había girado en torno a ella, desde los dieciocho años de los dos, cuando se conocieron arrancando profesorado de biología y se sentaron medios juntos el primer día, y el resto de los cuatro años de carrera.

Se dirigió a la calle, al quiosco de la esquina para comprar el diario. Agarró el primero que encontró: Clarín. Estaba en Buenos Aires, de viaje. Tenía algunos días de licencia, y no se quería quedar en Montevideo. La playa tampoco le parecía un lugar apropiado para unas mini vacaciones. Si toda la vida fue medio obligado, porque a Laura le encantaba y bueno, en realidad tampoco le molestaba ir.

Entró de nuevo al hotel, al desayuno y se sirvió un café negro con medialunas. El lugar estaba tranquilo, a esa hora, un domingo medio lluvioso la gente dormía. Solo había una pareja de viejitos, que hablaban medio fuerte, se ve que eran medios sordos, se retaban un poco y se reían otro poco mas. A Jorge le pareció una escena simpática de mirar. Se alegró por primera vez en el día.

El asunto es que compró el diario para saber que día del año era, al celular no lo quería prender y le pareció que Clarín servía de calendario y de paso miraba los titulares del día «Protesta y violencia: Masivas marchas contra Maduro en toda Venezuela: denuncian casos de represión», «Anteojos de sol: uno de cada cinco no es seguro».  Nada de eso le interesaba mucho. Apartó el diario y se quedó mirando la fecha. Veintitrés de enero.

Veintitrés de enero y algo le estaba faltando. No se daba cuenta muy bien que. Bueno, en realidad la vida le había cambiado completamente al separarse de Laura, en julio, cuando se mudó dos meses de vuelta a lo de sus padres hasta encontrar un apartamentito bastante lindo y barato para empezar a vivir solo, por primera vez en su vida.

Se dio cuenta lo que le faltaba: los propósitos del año. Siempre los hacían con Laura. Hacía veinte años, como una tradición religiosa del primero de enero. Se sentaban los dos en la mesa de la cocina, uno enfrente al otro y ella escribía y escribía. Sus propósitos eran bastante ambiciosos pero casi siempre lograba alcanzarlos. En cambio él, esperaba unos minutos y buscaba recomendaciones de Laura, medio como una guía para sus propias metas. Pero ahora no tenía a Laura y le quedaba solo pensar por si mismo que quería hacer de este nuevo año. «Necesito un papel y una birome» -pensó. Fue hasta el bar del hotel, y consiguió dos servilletas y una lapicera. «Bueno, mejor una sola».

Puso el número uno: viajar mas. Se percató que era poco específico, y con una consigna tan amplia nunca iba a viajar a ningún lado. Tachó y puso viajar en turismo a Colonia, y en vacaciones de Julio a visitar a una pareja de amigos, a Salto. Igual pensó que era difícil ir a verlos sin Laura, porque en realidad eran mas amigos de ella que de él. Tachó la visita a Salto.

Número dos: recopilar los poemas que había escrito durante veintidós años, e intentar publicarlos. Laura siempre le había insistido, lo había alentado a que se animara, que sus poemas eran muy buenos, que siempre la hacían llorar, que representaba lo que sentía muchas veces, y que ella no ponía en palabras, sino en pinturas. Pero a esta altura no sabía si este propósito eran mas las ganas de Laura que de él mismo, así que le sacó una flecha y observó «pensar mas sobre esto».

Número tres: conocer gente nueva, bueno, conocer a una mujer. Le parecía difícil. No salía mucho. De dar clases al apartamento, del apartamento al bar de la esquina. Y muchas mujeres no frecuentaban. «Espacios machistas» decía Laura. «Ahí entran solo ustedes, si vamos dos o tres mujeres los hombres nos compran con bebidas», «Pero vos no, Jorge, yo se que vos serías incapaz». «¿Qué pensaría Laura ahora si escuchara los pensamientos de su ex compañero de vida?»- se percató- «Esperando que entren mujeres al bar para concretar algún encuentro con alguna». Se dio cuenta que mas allá o mas acá estaba siendo como esos hombres solteros, y también casados, que buscan mujeres como presas.

Estaba pensando demasiado en Laura. En que los propósitos siempre tenían que  ver con ella. Y tomó una decisión. No mas propósitos del año. Al menos no escritos, al menos no con los métodos compartidos con Laura. «¿Y si eran los propósitos incumplidos los que arruinaron su matrimonio? ¿Y si hubieran sido mas espontáneos? no volvería con Laura a menos que cambiaran drásticamente la relación. Pero después de mas de veinte años, no sería fácil» -pensó. Arrugó la hoja y la tiró a la basura. Ya había pasado mas de media hora, y en el comedor del hotel estaba empezando a llegar mas gente. Subió a la habitación, pensando en bañarse y salir a comprarle un recuerdo a sus viejos, capaz algún cenicero, algunos alfajores argentinos, algo por el estilo.

Se le ocurrió prender su celular. Y recordó esa llamada perdida de Laura. Capaz le había pasado algo. Lo sorprendió un mensaje de texto, era ella. «Jorge, no quiero planear mi año sin vos, no quiero que hagamos listas que después no cumplimos. ¿Qué te parece encontrarnos en estos días y tomar un café?».